" Y serán de tus mundos las estrellas,
los caminos del oeste dulces y bellas,
en las tierras cubiertas de aguas,
donde aún se alzan las fraguas."
Es la estrofa de un poema que llegó como las nubes cargadas de lluvia mientras tomaba un ginfizz y leía este libro. Así que anoté los versos en una servilleta del café. Está claro que llegó eso a mi por ser esta una novela que se percibe como muy personal con una composición de elementos y personajes original; y, un estilo tan natural como realista.
Como en la mayoría de obras de Harold Robbins se nos exponen ideas y realidades sobre la sociedad, el ser humano, el deseo.
Me recordó una novela que leí con quince o dieciséis años titulada "Los cipreses creen en Dios" con un ritmo que recuerda las obras para piano de Glinka o la sencillez y naturalidad que se nos ofrecen en óperas como "Ezio", sobre todo a la idea de abordar el movimiento humano tanto individual como de la sociedad.
A pesar de todo ellos la obra me pareció tan abrumadora como la cordillera de Kuen Lun y las arenas esteparias del Gobi. Más se hace inolvidable para bien o mal como Lady Godiva cabalgando por Covetry desnuda. Si, eso mismo. Desnuda percibí la arquitectura narrativa de esta novela como la filmografía de Godard pesimista a la hora de abordar los problemas cotidianos y personajes que intentan huir, sin conseguirlo de una realidad hostil.
Desde un inicio su lectura despertó mi curiosidad.
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