Un saludo lectores:
Existen historias que hacen volar a uno a su pasado.
Hay libros que con su forma de contar las cosas enlazan con lo legendario o con algo parecido a la fantasía de "Los viajes de Gulliver" de Jonathan Swift, y lo hace de forma única y extraña. Este libro al que llegué mientras me documentaba para los programas del Podcast Annavalaina, y del que hablaré en el mismo, es uno de ellos.
Por alguna razón en un primer momento cuando inicié su lectura estuve a punto de desecharlo, de olvidarlo, de lanzarlo a lo profundo del estante y no cogerlo más ni pensar en él. No entendía el por qué me sucedía eso o por qué razón tenía ese sentimiento.
Ahora pienso que fue ese inicio que me hizo recordar esas llegadas a algún lugar: nuestra vivienda en Irixoa, la casa de mis abuelos en Baltar o La Encina, etcétera. O ¿tal vez sería por leerlo en gallego y no en francés? No, no creo que fuese por eso. Me voy a quedar con lo primero, esas llegadas pro primera vez a algún sitio.
En esta obra tenemos más allá de una novela llena de búsquedas y aventuras esa parte de viaje del niño y adolescente, un viaje casi platónico, en busca de la belleza, la felicidad, la amistad o el amor. Lo hace desde la perspectiva de esas vivencias infantiles y juveniles en el ambiente rural francés quizá no tan distinto del que se puede encontrar, por ejemplo en Galicia, pero también de esos sueños y aventuras, de esa vida que se anhela vivir.
El autor usa un lenguaje evocador cuando trata de los deseo, las esperanzas, pero también el fracaso. Como en obras como "Las aventuras de Tom Sawyer" de Mark Twain se nos habla de forma cercana, impresionable e intensa de los grandes temas de la literatura: el amor, la muerte y la aventura. Lo hace desde la pasión de la memoria del hombre que mira a su yo del pasado y piensa, receurda, imagina, al niño que fue.
Me gustó el viaje de Agustín y François tanto en el sofá de casa como sentado en el Castro Curbín al aire libre o leyendo en el coche parado en el arcén por que la lluvia pega tan fuerte que no deja ver el camino y mejor no perderse como Meaulnes.
Si, el libro nos aventura en un paraje mágico, pero donde los ilustraciones de Salvador Pereira (que no es mal ilustrador) en ciertos momentos no acompañan la lectura y el sentir que el texto nos transmite. Aunque tal vez es percepción errónea mía, ¿quién sabe realmente como serán para cada uno de vosotros si leéis el libro?
Al final parece que viaje a Francia y es curioso que no haya iniciado este viaje por tierras francesas con autores como Julio Verne o Alejandro Dumas. Eso me sorprendió positivamente y me ha hecho pensar que países o lugares visitaré a través de los libros y en que época. En este caso el s. XIX según nos da a entender el autor.
Así que intentad darle un tiempo a esta obra en francés, español , como yo he hecho en gallego o en cualquier otro idioma o lengua que conozcáis y en el que esté publicada.
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