Baja la presión de fuerzas externas e internas, en medio de remolinos y aguas encrespadas es como
parece derramarse esta obra ante nosotros. Al menos, fue mi caso. Una obra de iniciación a todo lo maravilloso del género, suprimiendo unos elementos y realzando la sencillez. ¡Todo un logro!
La lectura de este libro nos invita y ayuda a avanzar en el estudió del ser humano y su relación con lo que le rodea, pero también de su propio interior. Lo hace de forma singular. Lo hace mediante la analogía perfecta. No era ni es posible de otra manera. Lo hace invitándonos a caminar por un laberinto helado cuyas paredes nos reflejan mostrando diversas facetas, diversas partes, de nuestro propio ser, de nuestro yo.
Nos ofrece un sentido de la realidad como algo equívoco que en ocasiones se basa más en aquellos que parecen influir menos en el espacio, en el tiempo y en la historia. Los niños, los ancianos y los muertos. Nos habla de aquello que subsiste del hombre: sus ideas.
En resumen, el autor ha tenido a bien embarcarse en una historia para transmitirnos un tema central, profundo, que anhela tratar. De forma diligente y delicada, pero con todo el poder y la fuerza de lo que es excepcional e importante nos entrega esta atractiva obra.
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